miércoles, 18 de mayo de 2016

Regalar vinos: Las tres razones

El vino es una de las grandes bellezas y regalos de la vida, al regalar vinos estamos regalando más que una botella, regalamos sociabilidad, imaginación, placer. Veamos las tres razones por las cuales regalar vinos es lo más acertado.

REGALAR VINOS:LAS TRES RAZONES

El vino como pretexto para mejorar la vida social.
El vino sabe mejor cuando se comparte. “Tomar un vino”, “invitar a una copa” o fórmula similar, es un comentario o propuesta a conocido, compañero o amigo que permite concertar un encuentro bajo las reglas no escritas del relajo, la confianza y la confidencia.
Un momento de tregua y paz, para enriquecerse con la puesta en común de ideas bajo esa carpa invisible que teje la botella compartida, con sus trasiegos, pausas y delicias gustativas. Vino y conversación: ese es el auténtico maridaje y simbiosis.
Regalar vinos: Las tres razones


El vino como estímulo para el corazón y la imaginación
El vino libera de prejuicios y permite abrir la mente y el corazón. Lo que la razón refrena se libera, y si la libación es compartida, la complicidad se acrecienta. In vino, veritas.
Además de esa sinceridad espontánea, la creatividad se desboca, lo que explica la fecundidad de poetas, escritores y cantantes bajo el estímulo de los buenos vinos (que se lo pregunten a Joaquín Sabina, lo que me trae a la mente la anécdota contada por Benjamín Prado de que Joaquín escuchó a García Márquez al salir de un local que iban a cerrar tras una jornada de trasiego: “¡Qué bien conservados estamos: aún nos echan de los bares!”, o esa otra atribuida al poeta Ángel González en otra noche de copas con Sabina: “Salimos del bar tambaleándonos como caballeros”).
Para Benjamín Franklin “El vino hace la vida mas fácil, menos acelerada, con menos tensiones y mayor tolerancia”.
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vino como placer único
En momentos de crisis, de tensión, de necesidad de darse tiempo a sí mismo, o de premiarse con un relajo momentáneo pero gratificante, bien está descorchar una botella de buen vino, dejarlo respirar y en una buena copa, limpia y transparente, mirarlo como quien se dispone a cumplir con el rito de una ansiada noche de bodas. Tomarse un vino en soledad, con parsimonia, silencio y delectación, puede ser un placer sublime, del que somos únicos dueños.

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